domingo, 9 de diciembre de 2012

Una noche en el cine

"Estaba intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca a nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Evolucionar constituye una infidelidad, a los demás, al pasado..a las antiguas opiniones de uno mismo. Cada día debería tener, al menos, una infidelidad esencial, una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fé en el futuro. Una afirmación de que las cosas pueden ser, no solo diferentes, sino mejores" - Guión extraído de la película "Todas las canciones hablan de mi".




Llega el momento en el que estás viendo una película romántica, cuando el aburrimiento te hace notar las reacciones de la gente. La señora de al lado no deja de hacer sonidos como si intentara que todo la sala supiera su reacción a cada escena, como si buscara  la aprobación de todos. Incómodo.

DIOS VOY A MORIR! Ese pensamiento da vueltas en mi cabeza, mientras, en la pantalla los actores improvisan escenas con la sola intención de torturarme.

No debería estar viendo esta película-pienso-¿qué hago viendo esto? Es la primera vez que lo hago y no tiene sentido. Ir a sentarse por unas horas a hacer el tonto, queriendo creer que hago valer lo que he pagado...es un desperdicio. No lo volveré a hacer.

CARAJO! ¿Pero qué pasa? - un ruido intenso, en tono grave, retumba en los oídos de Simón y se agudiza conforme llega a su fin - ¿Dónde estoy, por qué no puedo moverme?

Simón fue atropellado hace cuatro días, de haber acudido a un hospital, se le hubiese diagnosticado en estado de coma, pero no fue así.

Caminando por un puente, muy abrigado por el fuerte invierno, mientras volvía de una de sus caminatas nocturnas. Esas que lo hacían sentir vivo, lo hacían pensar que todo era posible, que todo era cuestión de pensárselo bien e ir por ello. Bajo la mentalidad que lo llevó a emigrar y vivir sus sueños, viajando por el mundo, haciendo lo que más le gustaba hacer, que era filmar cortos, y bajo la adrenalina de la niebla, que por primera vez experimentaba y no lo dejaba ver si quiera un metro por delante suyo, guiado por la luz de los faroles, Simón, sin querer, invadió la calzada, lo que provocó que un coche lo impacte levemente, a la velocidad permitida en la ciudad en épocas de niebla, pero con la fuerza necesaria para devolverlo a la vereda y empujarlo contra la baranda del puente, haciéndolo perder el equilibrio hasta terminar del otro lado.

Al lado del río, bajo el puente, en uno de los fosos de mantenimiento, comunes durante el verano, y que por alguna razón política fueron paralizados la última temporada, cayó Simón.

La intensa niebla, y las cintas amarillas que resguardaban la zona hacían que la guardia costera pasara por alto el lugar durante sus rondas nocturnas.

Simón despertó, no tenía dominio sobre él, no podía moverse, no porque no lo intentara, sino porque tenía cada orificio de su cuerpo relleno de tierra, su última experiencia de vida, luego de despertar enterrado bajo un desmonte informal, fue la tortura que significaron esos segundos entre delirio y lucidez.


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