domingo, 17 de mayo de 2015

Zsa Zsa y Flavio...(y la escalera)

Recuerdo con nostalgia aquellos días en los que Flavio y Zsa Zsa se sentaban a conversar horas de horas en la escalera del edificio, un piso abajo de mi apartamento. Esos días en los que los veía irse en un carro, manejado quién sabe por quién, con sus maletines un viernes por la mañana y regresaban un domingo por la noche exhaustos y bronceados con sus voces características, entendibles y con el tono perfecto para que alguien como yo, un anciano ochentón pudiera escuchar tranquilamente desde su habitación que da hacia el interior del edificio esas charlas tan interesantes y a la vez flirteras, como dicen ahora, casi a diario.

Podría decirse que ahora me entretengo de las banalidades que ofrece la vida, como el canto de los pájaros al amanecer, el atardecer, mi gato y...¡LOS LADRIDOS DEL PERRO ENDEMONIADO DEL PISO 4!...con el cual no tengo buena relación.

Quisiera tener un perro pero la última vez que recuerdo que tuve uno mi apartamento se transformó en zona de guerra. Y a la hora de la comida...jajaja ¡La comida! Yo era el único que no comía y terminaba con más arañonesy mordidas de los que puedo contar. Tuve que regalar el perro a mi sobrino porque a mi edad no es saludable que en horas de comida me someta al ajetreo de la lucha libre con animales.

Extraño los comentarios de Flavio, que no me cabe la menor duda que estaba enamorado hasta los huesos de Zsa Zsa. Y por el lado de Zsa Zsa, notaba que veía en él a un héroe y sentía una profunda admiración. Dos de los ingredientes esenciales del amor. Estaba seguro que en algún momento eso iba a terminar en noviazgo.
Personas hechas la una para la otra. Cómo olvidar cuando me daban las piernas para levantarme de esta silla de ruedas y asomaba la cabeza por la ventana, los saludaba y ellos, muy cordialmente, me preguntaban si necesitaba ayuda o me podían hacer algún encargo. Nunca les pedí algo, hubiera interrumpido su tiempo, el tiempo que les correspondía. Me hacían recordar a mis épocas de juventud, donde bañado en sudor por los ternos de la época, (que eran indispensables si querías invitar a salir a una chica) invitaba a salir a mi ya fallecida esposa, Claudia.
Un día no pude hacer la siesta después del lonche y, sin querer, me puse a observarlos sin abrir las ventanas, teniendo la barrera de los vidrios impidiendo que el sonido de dicha conversación llegara a mis oídos. Veía sus movimientos, parecía que tramaban algo y por fin lo vi. Se estaban besando ¡Eureka! el más emocionado era yo. Me fui a ver televisión con la satisfacción de que por fin habían dejado los flirteos y se habían animado. Las siguientes veces que los vi, me llamó la atención que no tuvieran trato de novios. Él con las justas le tomaba la mano pero sin la confianza que debiera. Aún así, tras un cruce de palabras, en donde esta vez sí tenía la ventana abierta y los escuchaba a la perfección oí algo como "La vez pasada estaba nervioso y no pude disfrutar de aquel beso". A lo que ella respondió "Yo también, estaba helada, creo que podemos intentarlo de nuevo". Acto seguido volvieron a besarse, decidí alejarme de la ventana y echarme en la cama apenado.

Al parecer estos dos jovencitos se habían declarado mejores amigos y parte del ritual y modernismos de esta época, que yo no entiendo mucho, dilucidaron que algún día cada uno iba a tener a su respectiva pareja y que de algún modo era injusto que compartiendo tanto tiempo juntos nunca se dieran alguna otra muestra de afecto más que abrazos y tímidas tomadas de mano, por lo cual habían decidido explorar y ampliar un poco más su universo amical. Ese modernismo que ahora confunde tanto a los jóvenes y los aparta del amor por el miedo al compromiso terminó llevándolos al infortunio. Puedo deducir que el suyo era amor verdadero, incondicional. Alguna vez la vi a ella llorar en sus hombros y otras a él con cara desencajada, quién sabe por qué, en busca de un abrazo que siempre encontró en ella.

De un día para otro, quiero decir, de una semana a la otra, o, tal vez, de un mes a otro, dejé de verlos. Los escuchaba por separado, más a ella que a él pero nunca más los volví a ver juntos compartiendo horas de horas en la escalera. Alguna vez los vi desde el balcón cruzarse en la calle, pero cada quién iba por su lado, tras un saludo y un intercambio de palabras se alejaban.

Ahora me he enterado que ella tiene novio y él novia. Me gustaría enterarme qué ocurrió, ¿por qué huyeron del amor? Me llegaron rumores pero qué diantres, cada uno de ellos me hace enfurecer más que el otro. Por chismes e intromisiones familiares, dejaron de verse. Las familias se pelearon y, ellos, jóvenes, no tuvieron voz ni voto ante ello.

Es curioso cómo las historias de amor destinadas a finales o inicios felices se vean vulneradas por este tipo de intromisiones.

Yo, desde esta silla tengo la esperanza que ahora (si los cálculos no le fallan a este cerebro más arrugado de lo normal), ellos veinteañeros, tengan la oportunidad de reencontrarse y retomar su amistad. Estoy seguro y espero ver algún día, nuevamente, aquellas sonrisas y miradas de tórtolos que expedían el uno para con el otro.

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